Comparan la
reencarnación a cambiar de coche, y eso es algo que voy a experimentar en
breve.
Tengo sentimientos contradictorios, mucha ilusión por el coche nuevo,
pero siento también mucho apego al viejo.
Rober, que es
como lo llamamos, es un Rover 214SI de 1996. Hemos hecho muchas cosas con él. A
pesar de ser un coche pequeño de tres puertas, moviendo los asientos podemos
meter un colchón de 80 dentro de él. Imaginaos el resto. ;)
Tiene sus
achaques: la ventanilla del copiloto no funciona; el radio casete ( si, si,
radio cassete) se tragó una cinta de
Madonna, y allí se quedó; rompieron el embellecedor de los altavoces cuando
intentamos arreglar la ventanilla; el aire acondicionado recalienta el motor si
hace mucho calor o en ciudad; uno de los cinturones de seguridad no va; aveces da
calambre; necesita una correa de distribución….
Cosas que son
pequeñas, con las que podríamos seguir tirando, porque nos hemos acostumbrado a
ellas. Pero que a veces limita nuestra vida, porque no nos atrevemos a darle el
tute que le dábamos antes.
Mi niño
pregunta, ¿qué va a pasar con él?.
¿Dónde lo van a llevar cuando lo dejemos en el concesionario? ¿No podemos
guardarlo para cuando yo pueda conducir?
Así que me
puedo imaginar, en el final de nuestra vida, pensando en seguir tirando,
luchando con nuestra rodilla que falla, con nuestros sentidos mermados.
Y las mismas
preguntas en la cabeza ¿Qué va a pasar conmigo?
Con la
diferencia de que no tenemos la certeza de elegir un cuerpo nuevo, en un
concesionario.
Va por ti Rober
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